Hoy es 31 de julio de 2013 y se cumple el tercer aniversario
del fallecimiento de mi padre.
Corresponde al día en que se recuerda a Juan Ignacio de
Loyola, fundador de los Jesuitas. Al analizar la vida de
mi bisabuelo tendiendo a discernir sobre el sentido de la
lucha, me sorprendí viendo la actuación de la Providencia
a través del tiempo. Mi bisabuelo tuvo una vida de lucha
para modificar, humanizándolas, las estructuras y costumbres
de su tiempo.
El tráfico de esclavos y la trata fueron los grandes motivantes
de su lucha.
No le importó cual fuera la estructura de poder que tuviera que enfrentar, ya fuera el
Emperador de Portugal, el de Brasil, o los desvíos de algún grupo de personas dentro de
una orden religiosa. Es así que tuvo fricciones con algún grupo de personas dentro de
la orden de los Jesuitas, orden que tanto bien hizo en la educación y formación de las
personas así como en la expansión del cristianismo.
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Ahora bien, yo que tal vez en escalas menores enfrento la corrupción
tengo la alegría, fundamental para mi que soy un creyente católico y
lucho por vivir como tal, de ver que hoy es un sucesor de Ignacio de
Loyola, para más argentino, el que desde la Iglesia trata de
liderar el cambio luchando frontalmente contra la corrupción
de todo tipo, y lo hace con las banderas de San Francisco de
Asís tratando de conmover desde el amor a todas las personas para
generar un cambio, donde las estructuras se humanicen y el hombre
se espiritualice.
Con semejante liderazgo espiritual, como no sentirse identificado y
que sentido tendría pretender escaparle a la cruz que a uno le toque
por sus obligaciones de estado.
La Providencia traza una línea que trasciende el tiempo y el espacio.
Línea que une con total sentido las raíces de mi bisabuelo, y las de
mi padre, con mis propias raíces.
Ignacio, Francisco, un mundo nuevo por el cual luchar.
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