A fines de 2008 expresaba mi pesar por una lucha contra un sistema injusto que me arrebataba los sueños y me esclavizaba desde hacía
más de nueve años.
Mis conocidos me echaban en cara el sinsentido de esta lucha, que entienden estéril ¿Por qué no dejar las cosas como están y seguir
la vida soñando y construyendo, olvidándome de este pasado injusto?. Mi familia, sufriendo en su compasión a la par de mis desvelos, solo
espera que me libere.
Cuantos cuestionamientos por el sufrimiento que causo a los que me quieren y cuantas veces me pregunto si no estaré por capricho
interrumpiendo el flujo de mi propia vida.
Atisbo sin embargo en la reflexión constante signos que me dicen que algún sentido tiene lo que estoy haciendo. Leo habitualmente las
columnas de Sergio Sinai en La Nación, al que admiro por su visión trascendente de la vida y la integridad de su pensamiento.
Domingos atrás, contestando a un lector dijo: “La moral plantea la pregunta: ¿Qué debo hacer? La ética, a su vez, despliega el
interrogante: ¿Qué elijo hacer? En ambos casos hay razonamiento y una elección libre. La ética de algunos va contra los valores morales.
Eligen, por ejemplo, ignorar la corrupción general a cambio de que se les conceda su propia corruptela cotidiana. Cuando
éste tipo de ética se instala en la sociedad, los valores son negociables y la moral es corrompida”.
Es posible entonces desentenderme de lo que hace al bien común, y negando la solidaridad preocuparme solamente en recuperar el bien que
hace a mi persona; tendría, si lo hago, paz en mi conciencia y podría ser feliz?
Niall Ferguson, en su reciente libro “Civilización: Occidente y el resto” entiende que el trastocamiento de los valores quebró las
bases de la sociedad occidental, dirigiéndola a su decadencia; en un párrafo de su libro dice:
“El capitalismo se ha corrompido por la codicia desenfrenada de los banqueros y las élites económicas, cuya voracidad, como demuestra
la crisis financiera actual, los ha llevado incluso a operaciones suicidas, que atentaban contra los fundamentos mismos del sistema. Y
el hedonismo, hoy día valor incontestado, ha pasado a ser la única religión respetada y practicada, pues las otras, sobre todo el
cristianismo tanto en su variante católica como protestante, se encoge en toda Europa como una piel de zapa y cada vez ejerce menos
influencia en la vida pública de sus naciones. Por eso la corrupción cunde como un azogue y se infiltra en todas sus instituciones. El
apoliticismo, la frivolidad, el cinismo, reinan por doquier en un mundo en el que la vida espiritual y los valores éticos conciernen
sólo a minorías insignificantes.”
Es obvio que mis cuestionamientos están inmersos en la problemática actual de la sociedad. Me pregunto nuevamente si puedo mantener mi
paz si me desentiendo de la lucha y solo miro mi bienestar material y aparentemente el psicológico.
Como dije antes, tuve la suerte de tener padres idealistas y soñadores que transmitieron los principios que hoy rigen mi vida.
Mi padre, una persona excepcional que hizo de su vida una lucha por vivir éticamente, y lo hizo desde la sensibilidad extrema del
artista; no solo disfrutaba tocando el piano magistralmente, sino que además componía; todo este arte lo aplicó además a su vida
profesional como ingeniero electromecánico especializado en electrónica. Luchó siempre por la innovación y los avances
tecnológicos para el bien común, anticipándose en los tiempos a sus pares. Sólido intelectual y pensador, en sus últimos años, me
acompañó en mi lucha desde su visión ética, con su afecto y con su sufrimiento al ver los avatares que afrontaba diariamente.
No tuve la oportunidad de brindarle la alegría del éxito en la lucha. A partir del año 2008 su salud empezó a desmejorar, y si bien tuvo
la bendición de conservar intacta su inteligencia y la brillantez de su pensamiento hasta su muerte, el 31 de julio de 2010, a los
sufrimientos físicos de estos últimos años se le sumaron las tristezas inagotables de percibir mi sufrimiento, aunque yo no se los
manifestara.
Pasé con él la ultima Navidad de la que disfrutó en Carilo, su lugar de refugio en ésta tierra, y luego solo conversé telefónicamente sin
volver a verlo hasta su muerte.
Todo esto me llevó a nuevas reflexiones sobre el sentido de mi lucha. Había algo que me decía que no debía abandonar. Quise buscar en mis
raíces, y aproveché los tiempos libres e intervalos para ello. Todos los últimos acontecimientos vividos me llevaron a empezar por mi
bisabuelo paterno y su llegada a Argentina.
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